Como buenos nórdicos en los que nos hemos convertido algunos miembros de este magazine desde que residimos en los Países Bajos, no nos íbamos a perder, por nada del mundo, nuestra asistencia por tercer año consecutivo al paraíso vikingo: Valhalla (ver crónicas de 2017 y 2018). Si son seguidores de la famosa saga de Netflix, o bien conocen las bases de la mitología escandinava, sabrán muy bien de qué les hablo. La cosa es que este festival, incomparable y único en su especie, basa su concepto en el olimpo de los dioses árticos, bajo un enfoque circense y vanguardista, donde todo es posible, y nada es lo que parece… ¡bienvenidos a uno de los espectáculos audiovisuales más dadivosos que se puede experimentar en el viejo continente!
Siempre celebrado en vísperas navideñas, justamente el fin de semana anterior, Valhalla despliega todo su potencial en forma de grandes escenarios temáticos, cada uno con su estilo musical bien definido, además de un sinfín de atracciones y áreas alternativas destinadas al esparcimiento y recreación del respetable, muy al estilo de las ferias estivales de nuestro país. Allá donde vayas, te toparás con multitud de performances y actores disparatados que le dan cierta credibilidad al asunto, aportando su toque bizarro y pintoresco. “Dress to impress”, dictaban algunos carteles, invitando al propio público asistente a participar en la algarabía. Si eres de los que se cansa bailando durante horas, siempre puedes tomarte una pausa y dejarte llevar por las docenas de actividades complementarias que se presentan por doquier.
Toda esta parafernalia necesita un emplazamiento adecuado, de dimensiones generosas y simbolismo destacado, como es el emblemático edificio RAI de Amsterdam, uno de los iconos arquitectónicos de la capital holandesa. Así pues, el pasado sábado 21 de diciembre fuimos testigos de una de las veladas más esperadas del año, esta vez colgando el cartel de “sold out” durante esa mismo noche. Como siempre, el acto de bienvenida por parte de la organización fue perfecto y generoso, otorgándonos un par de taquillas de forma gratuita, y un acceso privilegiado por el eje central del complejo. Un total de cinco carpas se repartirían un suculento menú de house, techno, disco… incluso ritmos latinos. A destacar, como siempre, el altísimo nivel de ornamentación y escenografía en cualquiera de ellos, así como las más avanzadas tecnologías aplicadas al sonido, iluminación y mapping.
Lo cierto es que centramos nuestra atención en el stage The Maze, de lejos, el más underground. Poco más podemos decir del resto, pues sus melodías empalagosas nos echaban de los mismos a poco de pisar sus dancefloor. Tras presenciar los últimos compases de Takho, llegamos a buena hora para disfrutar del live de VNTM, uno de los más aclamados del circuito durante los últimos meses. A caballo entre el rollo Drumcode y Afterlife, me atrevería a etiquetar a este joven local como el digno sucesor del mismísimo Recondite, esto es; beats profundos, progresiones infinitas, y transiciones suaves, muy trabajadas. A continuación, Mirella Kroes nos sorprendió con un repertorio más pistero y vulgar de lo que acostumbra, supongo que adaptándose a la plaza donde le tocaba pinchar. La neerlandesa terminó siendo una de las decepciones del programa, pues anteriormente siempre nos cautivó gracias a la seriedad y solidez de su discurso.
Ironías del destino, el propio Juan Sanchez propuso una banda sonora más contundente y envolvente, pese a no contar con nuestra confianza desde un principio. Lo cierto es que el residente del legendario club Shelter puso las cosas en su sitio, a ritmo de techno de toda la vida. El también holandés se mostró seguro con las mezclas, e incisivo con la selección. Hasta aquí los aprobados… porque el siguiente artista en pasar por cabina bien merece un notable, al menos. Nos referimos al incombustible Sam Paganini. Quienes me conocen, y saben de mis gustos, les sorprenderá esta evaluación, pues no soy muy afín al techno napolitano actual, y mucho menos al sello Drumcode. Pues bien, creo que este señor se está desmarcando bien de cualquier generalización o prejuicio. Si le siguen la pista y escuchan sus últimos sets, comprobarán a lo que me refiero.
El cierre fue obra del irrepetible Speedy J, un tipo que no necesita presentaciones a estas alturas, toda una leyenda viva del sonido de la Motown. El roterdamés, una vez más, lo volvió a hacer, sacando su martillo de paseo, arrollándonos con su mejor versión. Ya saben: bajadas psicóticas, subidas de infarto, grooving devastador, charlies y cajas metálicas cuando menos las esperas… sin piedad ni miramientos. Más que comprobado, el líder de Electric Deluxe rinde mejor en sets cortos, por mucho que le gusten las sesiones extendidas (que también son bienvenidas, claro está). Toda una eminencia, veterano donde los haya, que parece que todavía le queda mucho carrete… ¡y esperemos que así sea! Ahí queda el sobresaliente de la jornada.
Todo esto fue lo que dio de sí esta peculiar cita, la cual nos sigue teniendo más que conquistados, a la expectativa de participar en siguientes ediciones. Me aventuro a confirmar que Valhalla es el espectáculo indoor más atractivo y currado que he visto por estas lindes, sólo comparable con eventos open air como Into the Woods (ver reportajes) o Wildeburg (ver), otros que también se esfuerzan en cuidar meticulosamente la decoración y todo el montaje, ofreciendo bastante más que un simple festival de música. Agradecimientos especiales a Charlotte van Zwol por abrirnos sus puertas, una vez más, y por el trato amable y eficiente que hemos recibido desde el primer contacto.
Autor: Pablo Ortega