Como ya os avanzamos hace tres semanas, la temporada estival de festivales ya ha comenzado en nuestro portal, y os la traemos en forma de crónicas. Hoy les voy a narrar mi experiencia en Rewire, un evento que dio lugar en el centro histórico de La Haya, en torno a diferentes localizaciones, entre las que destacaban los clubes Paard y Prins 27, el sótano The Grey Space, el teatro Korzo y un par de templos religiosos: la Grote Kerk (Gran Iglesia) y la Lutherse Kerk (Iglesia Luterana). Aunque el festejo arrancaría desde el propio viernes 31 de marzo, no sería hasta el día siguiente cuando pudimos acercarnos, por motivos laborales. Desgraciadamente, tuvimos que descartar interesantes actuaciones como las de Croatian Amor, Forest Swords, Blanck Mass, Lorenzo Senni, Anni Nöps, Horse Lords o Jessy Lanza.
Mapa y programación en mano, serían las nueve de la noche cuando salimos hacia la antigua capital del país en busca de acción. Tras hacernos con nuestras pulseras en el misterioso The Grey Space, donde nos atendieron amablemente, nos dirigimos hacia la Gran Iglesia para contemplar nuestra primera actuación, la del músico y guitarrista Daniel Lanoise. Ante la atenta mirada de un público, en su mayoría sentado, que acolmataba todo el espacio eclesiástico, el francocanadiense compuso en directo una serie de piezas musicales a caballo entre el rock ácido y el folklore quebequense, un paisaje sonoro que te atrapaba desde los primeros acordes. Una gran pantalla de visuales apoyó su acto, añadiendo color y forma a su puesta en escena.
A continuación, pusimos rumbo hacia la otra parroquia, la Iglesia Luterana, bastante más austera y reducida que la anterior, donde nos topamos con uno de los pioneros de la electrónica, Peter Zinovieff, quien unió su conocimiento y maestría a la joven instrumentista Lucy Railton. Juntos forman el dueto RFG, una fusión entre sintetizadores e instrumentos de cuerda, y es que el viejo Zinovieff, ya en sus ochenta y tantos, fue uno de los primeros en incluir el uso de PCs en sus producciones. No obstante, esta extraña pareja no tardó en aburrirnos, por lo que decidimos cambiar de aires.
Uno de los shows más bizarros del festival nos lo trajo Camae Ayewa, más conocida como Moor Mother, en la sala Prins 27, la cual presentaba otro lleno absoluto. De hecho, tuvimos que esperar un par de minutos para entrar, algunos asistentes tenían que salir para hacer hueco a los que llegábamos tarde. La afroamericana no dejó a nadie indiferente con su espectáculo apocalíptico y visceral. Su voz tronaba por cada rincón de un habitáculo oscuro, donde los pocos focos que había se proyectaban sobre ella misma y su teclado. Estaba claro que la chica, de largas rastas y gesto torcido, no debe estar satisfecha con el mundo que le ha tocado vivir. Durante su hora de actuación, expresó toda la rabia y la furia que acumula a través de su potente voz distorsionada y sus siniestras composiciones. Esa noche tocó lidiar con pesadillas varias.
Como contrapunto a tal hecatombe, en el hall de entrada del Prins 27, el “back to back” entre los escoceses Hannan Jones y Murray Collier amenizaba a curiosos y extraños. Los Pussy Mothers nos ofrecieron la sesión más macarra de Rewire, electroclash atrevido y provocador, muy en la línea de Miss Kittin & The Hacker, quienes una década atrás abanderaban la época dorada del electro francés. Sin duda, una de las actuaciones más divertidas del evento. No obstante, lo mejor aún estaba por llegar en uno de los clubes mejor dotados de La Haya, el mítico Paard, el cual ya hemos visitado alguna vez para fiestas techno.
Allí nos esperaba el concierto ya comenzado de los Swans. Tengo que reconocer que no soy muy dado, ni mucho menos entendido, en esto del rock, pop, indie… para estos palos ya tenemos a una buena plantilla de expertos en Grow Sound. Lo que sí puedo asegurar, es que este grupo de viejos rockeros, formados en 1982, hicieron las delicias del respetable con su rock progresivo sofisticado y evocador. Swans es sinónimo de calidad. Los neoyorquinos me embarcaron en un viaje de sonidos envolventes y profundos que me dejó realmente impactado. Me encanta comprobar que el mundo de la electrónica es mucho más amplio que la propia música de baile, y este era el festival para reafirmarme en ello.
Dicho esto, era el turno de los artistas más pisteros… volvemos a mis dominios. Todos los DJ sets que a continuación voy a describir, dieron lugar en otra de las salas de Paard, algo más modesta que la anterior, pero también muy bien servida de acústica y luminotecnia. El primero en pasar por cabina fue el alemán Karem Moss, del cual sólo pudimos presenciar sus últimos coletazos, por lo que no entraremos a valorarlo. Acto seguido, la americana Aurora Halal nos regaló su mejor versión, ejecutando una notable sesión de minimal y dub-techno. Excelente trabajo tras la mesa de mezclas, enlazando tracks de cortes diferentes con gran acierto, controlando subidas y bajadas con destreza y mucha intencionalidad. Hasta los porteros bailaron.
Los chicos enmascarados de nombre impronunciable, SHXCXCHCXSH, se encontraron un dancefloor bien precalentado, factor importante para digerir sus armas de destrucción masiva. Los suecos convirtieron la discoteca en una verdadera olla a presión de techno industrial y abrasivo, cargado de sonidos rasgados y bombos demoledores, un severo castigo para nuestros ya maltrechos tobillos. Tras su hora de live analógico, turno para una de las figuras más aclamadas de la escena centroeuropea en la actualidad: la polifacética Helena Hauff. Desafortunadamente, no fue su noche, ni de lejos. La de Hamburgo no dio una con sus vinilos, y aunque terminó poniendo acid-techno, nos torturó con new wave, disco y ritmos rotos durante casi todo su set. Escuchar para olvidar.
El tiempo primaveral se hizo notar en toda Holanda, cielo despejado y temperaturas agradables. Bajo estas espléndidas condiciones meteorológicas, volvimos a la carga. El menú del día se presumía más oscuro y experimental que la jornada precedente. Bien recomendado por mi compañera de fatigas, acudimos nuevamente al Paard, donde a la postre pasaríamos casi toda la tarde-noche, para disfrutar de la actuación que más me sorprendió de todas: SUMS, la fusión entre los genios de la electrónica Kangding Ray y Barry Burns (Mogwai). Voy a atreverme a catalogarlos como techno-rock, y es que los franceses desplegaron un increíble arsenal de temas recónditos y contundentes, colmados de energía y bassline, que me dejaron fuera de mí. Sencillamente espectacular.
Otra de las sugerencias que tenía bien anotadas, era la de These Hidden Hands, pareja compuesta por Alain Paul y Tommy Four Seven, nada menos. Los británicos realizaron un directo digital de sonidos hipnóticos y cavernosos que ensombrecieron la pista con su atmósfera densa y lúgubre. Casi podías masticar la sesión, puro veneno. Luego, salimos de aquella cueva para acometer la actuación del también inglés Oliver Coartes, quien proyectó sobre la pantalla de visuales lo que parecía un videojuego de finales de los noventa en primera persona, cuando vimos aparecer los primeros 3Ds renderizados, mientras tocaba su enorme contrabajo ante la atenta mirada de un público sentado en las butacas de la Iglesia Luterana.
Los encargados del cierre de esta edición de Rewire eran Jeff Mills & Tony Allen, dos artistas vetustos nacidos en Estados Unidos, originadores de sus estilos musicales. Parece que los años no pasan para Jeff Mills, uno de los precursores del techno, ya en sus cincuentas, y es que el alienígena no deja de sobrecogernos con sus impecables sets a cinco platos. Por su parte, Tony Allen es considerado uno de los creadores del afrobeat, y a sus setenta y siete años sigue con energías de presentar batalla. El resultado de esta colaboración, con Mills a los mandos de su máquina de ritmos Roland y varios sintes, y Allen a la batería, fue un fantástico show de bombos y groove, muy percusivo y movidito, donde los asistentes lo agradecieron bailando con si se acabara el mundo. Un closing a la altura de un festival de este calibre.
Son muchas las actuaciones que nos tuvimos que dejar atrás, pero es imposible asistir a todas. A modo de resumen, tengo que decir que he quedado gratamente sorprendido con Rewire, me ha abierto la puerta a muchos géneros musicales que apenas conocía. Como ya avancé anteriormente, la música electrónica es mucho más que beats y DJ sets, existen otras maneras de disfrutarla. Tampoco quiero cerrar esta crónica sin destacar el despliegue técnico de medios audiovisuales dispuestos para perfeccionar la experiencia vivida en cada uno de los sitios donde se desarrolló la programación. Rewire es un festival diferente, más que recomendable para aquellos que busquen sonidos electrónicos alternativos y ampliar sus fronteras. Repetiremos.
Autor: Pablo Ortega
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