Como ya hicimos el año pasado (ver crónica), abrimos la temporada estival de festivales en nuestra revista con Rewire, uno de los más peculiares que verán por nuestras páginas. Se trata de una congregación de actuaciones de todo tipo, desde charlas y talleres hasta DJ sets, pasando por espectáculos visuales y contenidos tecnológicos. En definitiva, todo lo que rodea a la cultura de la música alternativa, entendiendo ésta como una forma expresión, no sólo artística, sino también social y contemporánea, dando voz a aquellas minorías o mentes privilegiadas cuyo mejor medio de comunicación es el sonido de sus composiciones y la escenografía de su acto.
Rewire acontece en centro histórico de La Haya, en torno a diferentes localizaciones, entre las que destacaban los clubes Paard y Het Magazijn, la sala Koorenhuis, el sótano The Grey Space, el teatro Korzo y un par de templos religiosos: la Grote Kerk (Gran Iglesia) y la Lutherse Kerk (Iglesia Luterana). La cita comprendía todo un fin de semana, desde el viernes 6 hasta el domingo 8 de abril, si bien es cierto que, por motivos laborales, tuvimos que descartar buena parte de su suculenta programación. Así pues, tras el ocaso del sábado, folleto informativo y mapa en mano, nos dirigimos a la antigua capital de los Países Bajos…
Como ya nos pasara el año pasado, Rewire coincidió con el cambio de climatología en el norte de Europa, por lo que pudimos disfrutar de cielos despejados y temperaturas agradables durante prácticamente todo el fin de semana. Al igual que en la jornada anterior, el sábado también nos centraríamos en las actuaciones que daban lugar en el Paard, el espacio mejor dotado para la noche gracias a su portentoso soundsystem y sus magníficas condiciones técnicas y espaciales. Iríamos alternando sus dos salas para así abarcar el mayor contenido de programación posible.
Aunque llegamos bastante tarde al recinto, pasadas las diez de la noche, alcanzamos a ver el concierto de Noah Lennox, más conocido como Panda Bear. El fundador de Animal Collective, propuso un collage de rock experimental, pop barroco e indie, a través de una buena hornada de instrumentos que iba alternando y su propia voz, casi siempre manipulada desde su mesa de control. Pese a la devoción que derrochaba, lo cierto es que no terminó de engatusarnos, por lo que no cambiamos de stage a mitad de acto. El colectivo surafricano Faka tampoco nos convenció, por lo que decidimos tomar un poco de aire antes de la traca que se nos venía encima.
Algo pasada la medianoche, regresamos a la sala principal para disfrutar el esperado live de James Holden, quien se uniría a toda una banda de músicos vanguardistas, The Animal Spirits, para liderarlos y aportar su conocimiento de la electrónica. El resultado fue una espontánea mezcolanza de jazz, folk-trance y reminiscencias del progressive que siempre lo caracterizó, rollo Border Community, es decir, retando los propios límites de diversos géneros a la vez. Por otro lado, el activista Chimo Amobi no dejaba a nadie indiferente en el otro escenario, gracias a la fuerza de su atrevido directo de cadencias atronadoras, en el que expresaba doloridamente su oposición a la globalización del mundo actual.
Tras el nigeriano, el productor experimentalista Louis Carnell, aka Visionist, desplegó su arsenal de sonidos made in UK: dubstep, future garaje, hip-hop, footwork… junto con Pedro Maia, un videojockey portugués, además de creador de metraje cinematográfico, cuyo cometido fue el de darle forma y color al caótico show del londinense. De vuelta al main floor, la veterana Karen Gwyer trataba de hipnotizar al respetable por medio de su ecléctico repertorio de tracks de corte psicodélico y futurista. Con la británica aparecieron los primeros bailes, que ya iba siendo hora, así que nosotros encantados, por fin entrábamos en territorio dominado…
Turno para una de las indiscutibles cabezas de cartel, la omnipresente Nina Kraviz. Como aquello de que la rusa no es precisamente una virtuosa a los platos no es ninguna novedad, voy a centrarme en su discurso musical, el cual, lamentablemente, destacó por su ausencia. La sesión de la compañera de Ben Klock no fue mucho más que la suma de temas de muy diversa índole, desde lo más clásico hasta lo más mental, con sus toques de acidez característicos, apareciendo indistintamente, pegaran o no. Da la sensación de que, más que componer algo coherente, basa su set en el regocijo propio. Por su parte, Lanark Artefax haría lo propio en la otra sala, aunque lo cierto es que su IDM, deep y sofisticado, incluso nos inspiraba menos que Nina.
El siguiente en pasar por esa cabina, Yon Eta, a quien se le ha podido ver en alguna edición de Dekmantel, se reveló mucho más incisivo que su predecesor, demostrando mucha más personalidad. El neerlandés tocaba en casa, por lo que se mostró especialmente motivado, con bastante garra, reuniendo a un buen grupo de incondicionales en torno a su espectro sonoro macarra y desenfadado. El cierre de la principal sería obra de otra fémina, Avalon Emerson, quien continuó con ritmos más bien technoides, aunque con claras pinceladas de electro y house americano, alargando así la narrativa de sonoridades variopintas que, aunque fresca y dinámica, no dejamos de echar en falta algo más de continuidad y sobriedad.
Después de un merecido descanso, a eso de las seis de la tarde, volvimos a la carga. En primer lugar, dirigimos nuestros pasos hacia el Koorenhuis, un espacio multiusos compuesto por dos habitáculos, uno hacia el hall de entrada, denominado el Foyer, de acceso gratuito, y otro más interior, el Zaal, en el que sí te revisaban la pulsera para acceder. Pues bien, sobre el escenario del Foyer, nos topamos con Ben Vince, a los mandos del saxofón y el ordenador, y a Rupert Clervaux, manejando la batería. No estuvo nada mal para ir abriendo boca, muy rítmico y energizante, con mucha clase.
Aprovechado la cercanía entre ubicaciones, tan sólo teníamos que cruzar la calle para presentarnos nuevamente en el Paard, esta vez, con tan sólo un área disponible, la más amplia. Sobre la plataforma, una de las artistas africanas más en forma: Nadah el Shazly, acompañada por su séquito de músicos punk. El misticismo del mundo árabe se fundía con el rock electrónico y el avant-jazz, de forma muy armónica y sensual. Por su parte, en el teatro Korzo, la única actuación que disfrutamos allí fue la de la coreana Park Jiha, compositora y multi-instrumentista, bien escoltada por otros tres músicos, uno con un xilófono orgánico, otros con un contrabajo y otro con el saxo. Evocador viaje sonoro mediante instrumentos de viento, genuino. Algo que no se escucha todos los días.
No quisimos dejar pasar la ocasión de presenciar alguna performance en el espacio escénico más espectacular y grandilocuente, como era la Grote Kerk, el templo cristiano más importante de La Haya. Juliana Huxtable presentaba su nueva exhibición, conocida como Triptych, contando con la colaboración del batería Joe Heffernan y el arpista Ahya Simone. La cosa se saldó como la concordia más apocalíptica del fin de semana, apoyada por unas impresionantes visuales y luminotecnia. De vuelta al Paard; Maryam Saleh, Maurice Louca y Tamer Abu Ghazaleh presentaron otro espectáculo arabesco de origen egipcio, representando de forma más aguerrida y visceral a la escena alternativa del norte del continente negro.
Una vez dentro del Zaal del Koorenhuis, descubrimos una banda amsterdamesa que combinaba a la perfección momentos de calma profunda con subidas vigorosas, bajo una cuantiosa conjunción de instrumentos. Nos referimos a PolyBand, capitaneada por el guitarrista y bajista Jasper Stad. Los holandeses animaron el cotarro como nadie, aunque sorprendentemente la sala se encontraba muy escasa de asistencia. Todos estaban en la Grote Kerk, donde el discurso de closing por parte de Laurie Anderson daba lugar, ante la atenta mirada de toda una parroquia llena hasta la bandera. La estadounidense es ya toda una eminencia en el mundillo, y prueba de ello es el respecto que inspiró la narrativa de su historia, pues se pasó casi todo el tiempo cuestionando temas tan relevantes con el futuro, la realidad y la memoria.
Y hasta aquí todo lo que pudimos presenciar en esta edición de Rewire. Si el año pasado apuntamos como conclusión al amplio abanico de posibilidades que se nos ofrece al acudir a un festival de este tipo, abriéndonos puertas a nuevos géneros y entre-géneros, esta vez destacaremos la buena salud que goza un evento como este, ya que, pese a lo alterno, a veces elitista, de su programa, parece que cada vez consigue atraer más público. Por nuestra parte, tenemos que confirmar que nuestro aprendizaje, tanto musical como cultural, crece a pasos agigantados tras un fin de semana así. Hay que destacar también la organización impecable del mismo, así como el extraordinario despliegue de medios que lo hacen posible. Gracias también a sus creadores por dejarnos participar por segunda vez consecutiva, en especial a Julia Cano. Volveremos.
Autor: Pablo Ortega