Hace mes y medio os anunciamos que este año íbamos a participar en uno de los macro- eventos open air más importantes del mundo: Fusion Festival, una celebración con un concepto único y original, diferente a todas las fiestas a las que estamos acostumbrados. Como cada solsticio de verano, cerca de 100.000 personas se dan cita aquí, en la antigua base aérea de Müritz, situada entre las ciudades de Hamburgo y Berlín. Pocos días antes del arranque del festejo, se dieron a conocer en su página web el programa de artistas contratados para la ocasión: Steve Bug, Martin Eyerer, Egbert, Zenker Brothers, Rødhåd, Mathias Kaden, Troy Pierce, André Galluzzi, NTFO, Undo, Oliver Giacomotto, Stimming… por citar a los más conocidos.

Tras la negativa por parte de su organización de facilitarnos pases de prensa, no tuvimos más remedio que adquirir nuestras entradas a través de su engorroso proceso de selección que ya explicamos en la previa. El pistoletazo de salida sería el jueves 25 de junio por la tarde, aunque la noche anterior ya se ofreció algo de programación artística y musical en al menos cinco escenarios diferentes. La previsión meteorológica no era muy aragüeña, se anunciaron lluvias durante prácticamente todo el fin de semana. Afortunadamente, habíamos alquilado un apartamento en un pueblo cercano para evitar dichos aguaceros y descansar bien. Sin embargo, las comunicaciones con el festival no eran las más idóneas, ya que siempre teníamos que caminar varios kilómetros y ajustarnos a unos horarios diurnos de autobuses.

Tras un viaje de algo más de dos horas desde Berlín, ciudad en la que habíamos pasado la semana anterior, visitando varios de sus mejores clubes (próximamente, en el nuevo capítulo de clubbing por Europa), llegamos al denominado bassliner, es decir, la central de autobuses del propio festival, lugar desde el cual parten y arriban todos los autocares. Allí nos encontramos con el resto de amigos, procedentes de Hamburgo, y comenzamos nuestra andanza por el Fusion. Desde esos mismos momentos, comienzas a darte cuenta de la envergadura del evento. Multitud de personas procedentes de todas partes de Europa iban desfilando hacia los accesos con grandes cantidades de equipaje a sus espaldas. A lo lejos, podíamos vislumbrar varias carpas circenses de amplias dimensiones cubiertas por lonas sintéticas, similares a las que se disponían sobre el desierto de Monegros. Nuestros estómagos comenzaban a encogerse…

JUEVES

Hacia el mediodía conseguimos acceder al recinto tras validar nuestras entradas, obteniendo así la pulsera, el plano del festival y un pequeño libro con información útil acerca del mismo, además de presentar a cada uno de los artistas y colectivos que participaban. El área que abarca todo el montaje cuenta con unas dimensiones colosales, mucho más extensa que cualquier evento en el que hayamos estado antes, que no son pocos. Más de una veintena de escenarios se desplegaban a través de la zona norte, la más endémica y arbolada, mientras que aproximadamente la mitad de la superficie útil la ocupaban las distintas zonas de acampada, equipadas con duchas, puntos de agua, sanitarios, recogidas de basura, suelo verde… incluso alguna carpa con actuaciones en directo. Los aparcamientos ocupaban el perímetro sur, junto al bassliner. Así pues, organización perfecta, al más puro estilo alemán.

Lo primero que hicimos es dar una vuelta de reconocimiento por la zona lúdica. El nivel de la decoración que colmata todo el festival es alucinante, de otro planeta. Nunca vimos nada parecido. Todos los rincones han sido cuidados y trabajados hasta el mínimo detalle, dando como resultado una escenografía espectacular que denota un nivel artístico sobresaliente. Cualquier espacio vacío es motivo para levantar una escultura de materiales reciclados o un área de descanso tan llamativo como efectivo. Las temáticas predominantes son el mundo espacial, el constructivismo soviético, los teatros de variedades y las tendencias más revolucionarias y vanguardistas en general. Todos estos elementos se “fusionan” para crear un universo colorido de ocio y diversión donde nada es imposible.

Las primeras lloviznas empezaron a caer sobre nosotros y fuimos a refugiarnos bajo los árboles del escenario Rootbase, donde se desarrollarían las principales actuaciones de dub y jungle. Nunca olvidaré el momento en el que pisé su dancefloor. Me coloque a escasos centímetros de un muro decorado a modo de salón colonial para resguardarme del agua, y a los pocos segundos comenzó a sonar el bass del tema que acababa de romper. Pues bien, resultó que dicho muro estaba casi exclusivamente compuesto por cajas de subgraves bien disimuladas por la ornamentación modernista. El propio aire que desalojaban por las frecuencias más bajas me expulsó de allí hacia la barra, donde tuve que pedirme mi primera cerveza para digerir tal estruendo. Estaba claro que en Fusion no iban a escatimar en sonido, cosa que fuimos corroborando conforme íbamos conociendo el festival.

El primer plato fuerte del día sería la apertura del Turmbühne, el escenario principal. El encargado de arrancar sus motores fue el emblemático Steve Bug. Ante una pista llena hasta la bandera, el alemán desplegó su habitual repertorio de tech-house fresco y bailongo para darnos la bienvenida. El monstruoso sound system lo componían dos grupos de diez Funktion-One a cada lado, apoyados por un buen número de subgraves. Fantástico el aspecto que mostraba dicho stage. El artista se encontraba bajo una cubierta a dos aguas que remataba una especie de palacio de piedra con movidos infernales: estatuas de perros cancerberos de tres cabezas y varios torreones de madera sobrevolados por esculturas metálicas de dragones. Cuando las máquinas de humo funcionaban a pleno rendimiento, parecía que el fin del mundo recaía sobre nosotros.

Un poco agobiados por la cantidad de gente que se agolpaba en el main floor, decidimos desplazarnos hacia un escenario más liviano como era el Querfeld, el cual albergaría actuaciones de todo tipo, desde el electro más disparatado hasta el techno más oscuro. Allí pudimos presenciar los últimos coletazos del back to back entre Mr. Tophat y Art Alfie. Tras ellos, apareció en cabina Ben Ufo, un artista de los que nunca deja a nadie indiferente. Sin embargo, el británico no consiguió convencernos con un espectro musical un tanto anacrónico y tedioso, por lo que volvimos a dirigir nuestros pasos hacia el Turmbühne.

De camino hacia la zona central del recinto, un pequeño escenario que ni siquiera aparecía en nuestros mapas llamó nuestra atención tanto por su confección como por su música. Un joven pinchadiscos ataviado con gorra y ropas anchas desplegaba un buen arsenal de drum&bass que bailamos mientras la jornada se aproximaba a la medianoche. En la parte trasera se podían echar unas partidas al Mario Kart o al Bomberman, gracias a dos consolas instaladas junto al bar.

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VIERNES

De vuelta al escenario principal, y con una afluencia de público mucho más agradable, pudimos disfrutar del último tramo de sesión de Giorgia Angiuli, una de las artistas más plásticas y versátiles de la escena europea, capaz de convertir en ritmo y armonía cualquier artefacto sonoro que pase por sus manos. La italiana dio paso a otra de las grandes actuaciones del festival, la del enigmático Martin Eyerer, uno de los más queridos por estos lares. El de Get Physical nos conquistó desde el primer momento con una selección musical minimalista exquisita y un trabajo magistral con la mesa de mezclas. El alemán lleva años consagrado por méritos propios como uno de los capos del legendario club berlinés Watergate.

Pasadas las tres de la madrugada, era el momento de visitar el Trancefloor, que como su propio nombre indica, concentraría todas las sesiones tranceras del Fusion. Una vez más, el espacio escénico volvió a sorprendernos. Esta vez, los elementos decorativos se inspiraban en la psicodelia y en la propia naturaleza, dando como resultado un aspecto orgánico y ritualista, como viene siendo habitual en las fiestas psy. Además, se trataba de la pista de baile más arbolada de todo el recinto. Para la cabina del artista se construyó una casita de madera de estilo japonés con cubiertas inclinadas. El equipo de audio estaba compuesto por dos grandes columnas de line-array para medios y agudos, más varias cajas de subgraves apoyadas en el suelo. Perfecto para disfrutar de todos los matices del sonido trance.

En estos momentos vivimos, a nuestro juicio, los mejores momentos musicales. Primero con Daksinamurti, en dicho Trancefloor. El alemán no dejó a títere con cabeza mediante un psychedelic oscuro y demoledor, desarrollando un set muy lineal que taladró por completo nuestras cabezas. Tras él, acudimos nuevamente al escenario Querfeld para vibrar con el techno rudo y contundente de Rødhåd. Desafortunadamente, el alba trajo consigo muchos litros de agua, obligándonos a resguardarnos de la lluvia durante una hora hacia los lados del dancefloor, donde se podía bailar bajo cubierta.

Una vez dispersados los nubarrones, ya a plena luz del día, decidimos explotar por fin un gigantesco escenario que ya nos llamó la atención las veces que pasamos por sus aledaños. Nos referimos al Tanzwüste, otra obra de arte, tanto a nivel técnico como decorativo. En su entorno colocaron esculturas arbóreas translúcidas de color blanco, de las que colgaban plantas carnívoras rojas que se desplazaban en vertical, como si fueran a comerse a alguien. El sonido producido por dos grupos de doce Funktion-One, junto con un imponente muro de subgraves, resultaba tan nítido como devastador. Tras los platos, Oliver Koletzki desplegaba su house alegre y pegadizo, que sin embargo no consiguió engatusarnos demasiado y volvimos al área trancera para rematar la jornada.

Allí nos encontramos con un motivado Vance desarrollando una excelente sesión de trance progresivo que hizo bailar hasta a los árboles. El sueco logró incendiar la pista a base de bombo y pegada, mientras que Gnaia se encargó de ir reduciendo el ritmo poco a poco con un progressive más lánguido y ambiental, con ciertos tintes de goa. Tras estas geniales actuaciones, quedamos gratamente sorprendidos ante el elevado nivel de cultura trancera que se palpaba en el Trancefloor, tanto por la calidad de los artistas como por el buen ambiente que se respiraba. Nada que envidiarle a ningún gran festival exclusivo de psy.

SÁBADO

Después de un largo y merecido descanso, el sábado por la mañana volvimos a la carga. Hasta las dos del mediodía no se reanudarían las actuaciones de música electrónica, por lo que optamos por visitar la parte del recinto que nos faltaba: el Insel, una zona lúdica de recreo y esparcimiento con carpas circenses, un circuito de patinaje y hasta una playa artificial en torno a un gran lago. Con un cielo por fin despejado, el sol resplandecía calentando el ambiente, y multitud de germanos aprovechaban este clima para darse unos chapuzones y tomar el sol como si estuvieran en la costa del Mediterráneo. Como no teníamos las indumentarias adecuadas para tales menesteres, con conformamos con presenciar un espectáculo en uno de los dos circos existentes, por lo que disfrutamos durante un buen rato de acrobacias, bailes y contorsiones llevadas con desparpajo y muy buen humor por un colectivo francés.

 

De vuelta a la zona de escenarios, nos asomamos por el Turmbühne para escuchar un poco de house de la mano de Sven Dohse, uno de los residentes del famoso club berlinés Kater Blau (antiguo Bar25). Sin embargo, no tardamos en marchar hacia el Trancefloor para retomar así las buenas experiencias vividas el día anterior. Allí nos topamos con Nok, un experimentado DJ alemán que desplegó un psy-trance melódico y divertido, aunque un tanto comercial. Su set mejoró notablemente hacia el final, y hasta fue despedido entre aplausos. Acto seguido, el escandinavo Gaudium tiró de un repertorio más serio y progresivo, pero decidimos cambiar de stage.

El atardecer lo pasamos en el Tanzwüste con Giegling, en la que sería una de las sesiones más largas de todo el festival. Hasta ocho horas le concedieron. El teutón nos atrapó en seguida con su dub-techno atmosférico, bajo en revoluciones, pero tremendamente envolvente, lleno de contenido. El tiempo se nos pasaba volando hasta que nos dimos cuenta que ya hacía un buen rato que había comenzado la actuación de André Galluzzi en el escenario principal, otro de los que teníamos muchas ganas de ver. El de Cocoon no correspondió nuestras expectativas con su tech-house ácido, que en esta ocasión nos resultó un tanto insulso y aburrido. El alemán ni siquiera estuvo acertado con las mezclas, parecía no tener su día.

DOMINGO

Tras esta pequeña decepción, decidimos cambiar de aires y ritmos para bailar un poco de drum&bass, como ya hiciéramos el primer día. Para ello, nos instalamos en el denominado Firespace, otro escenario al aire libre equipado con grandes antorchas de fuego y una decoración de temática indígena. No podemos precisar qué artistas vimos, ya que su programación no aparecía en nuestros panfletos informativos. La edad media del personal que se agolpaba en este dancefloor era mucho más reducida que en otros, por lo que podemos afirmar que, también en Alemania, los ritmos rotos suelen atraer a los asistentes más noveles.

Hacia las tres de la noche, llegó el momento de una de las actuaciones que más nos entusiasmaba: el live de Steve Rachmad, bajo su nuevo alias Sterac. El veterano productor de color arrancó con tracks simples y repetitivos, oscureciendo el ambiente y dándole forma a su set poco a poco, en lo que terminó convirtiéndose en una constante transición ascendente hasta la conclusión de su directo, donde alcanzó su punto álgido cuando sonaron algunos de sus temas más célebres como “Rotary”, “Virton Upgraded”, o su remix de “Ghetto Kraviz”. Sin duda, el holandés completó una de las mejores actuaciones del Fusion.

De nuevo en el Trancefloor, descubrimos otro artista que volvió a dejarnos boquiabiertos: Burn in Noise, quien tenía a todo el público a su merced gracias a su full on de cuchillo y tenedor. El brasileño convirtió la pista en una verdadera olla a presión de trance de tremenda calidad. Acto seguido, Cubixx bajó considerablemente el ritmo impuesto por su predecesor, volviendo al psy progressive que tanto habíamos escuchado ya por aquí. El berlinés cedió el testigo al dúo Time in Motion, quienes nos regalaron un live repleto de energía y grooving para despedirnos del festival con una sonrisa en nuestros rostros. Los carismáticos daneses derrocharon buen rollo durante todo su directo.

Sin fuerzas para más, pusimos rumbo a nuestro apartamento y dimos por concluida esta 19a edición del Fusion Festival, una experiencia única que esperamos volver a repetir. Ha quedado claro que no se trata de un macro-evento al uso, sino de una efeméride genuina y original, diferente todas las que hemos vivido anteriormente, entre un ambiente inmejorable y una oferta artística y musical sin límites. Matrícula de honor para el montaje de escenarios y equipos de sonido, así como para la organización en general. No queremos despedirnos sin mencionar el excelente trabajo con el abastecimiento de agua, ya que podías encontrar puntos de agua y duchas por todo el recinto.

Sin hacer ningún ruido, Fusion nos ha mostrado el camino para llegar a ser una de las joyas de la corona del circuito de festivales europeos. Y lo más sorprendente: sin necesidad de grandes contrataciones de artistas ni de publicidad de ningún tipo. Quizás, eso mismo sea precisamente su secreto y lo que lo convierte en una gala tan especial.

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